miércoles, 21 de diciembre de 2011

No abortar a nuestra hija por nacer con una enfermedad letal.


Molly Myers
 
 Brad, Molly y María Sofía
20 de diciembre de 2011 (Notifam) – Brad y yo estábamos esperando nuestro primer hijo y recibimos una noticia devastadora al efectuar nuestra ecografía de la semana 20 del embarazo, el 11 de noviembre de 2005. Hasta ese momento, el embarazo era de manual. Habíamos estado anticipando con alegría la llegada de nuestro nuevo bebé y todas las cosas que pasan al ser padres que esperan por primera vez.
Fue una experiencia increíble echar un vistazo a nuestro bebé mediante la ecografía. Los brazos, las piernas y la cabeza del bebé: él o ella parecían perfectos. Pero a los pocos minutos de haber hecho la ecografía, el comportamiento de la técnica cambió. Ella se llamó a silencio, fue muy corta con las respuestas a nuestras preguntas, y luego se excusó diciendo que iba a hablar con el médico. Después de lo que parecieron horas, el médico finalmente llegó y nos explicó que los resultados estaban pasados y que el bebé tenía una enfermedad potencialmente mortal. Ellos programaron una cita para ver a un especialista al día siguiente y luego nos enviaron a casa.
Fue difícil para nosotros dos comprender lo desconocido. Esa noche fue una de las más largas de nuestras vidas.
Recuerdo con toda precisión la mañana siguiente en la sala de espera, suplicando a Dios, diciéndole que yo haría cualquier cosa para hacer de esto un mal sueño. Nos llamaron de nuevo a una sala de examen para hacer una ecografía y casi en seguida de comenzada la exploración el médico entró para echar un vistazo al bebé. Después de nuestra experiencia con la primera ecografía, aprendimos que cuando un médico entra en la habitación, por lo general eso no es una buena noticia.
El médico confirmó que nuestro bebé tenía una enfermedad mortal: la displasia tanatofórica. El tiempo se detuvo y yo pude literalmente sentir que mi corazón se caía. Estábamos devastados. Nos llevaron a una habitación privada donde nos plantearon nuestras opciones.
Opción 1: Interrumpir el embarazo allí mismo.
Opción 2: Continuar criando al bebé como si fuera un embarazo normal con un poco más de control.
Myers bebé a las 30 semanas.
Mi reacción inmediata fue: ¿cómo podría yo abortar a este bebé? Yo pude sentirlo a él o a ella moverse y creciendo… ¿Cómo podría yo poner fin a este embarazo, que hemos querido y esperado toda nuestra vida?
Nuestras vidas dieron un vuelco. Nuestras familias vinieron a nuestra casa por la tarde y lloramos más de lo que puedo imaginar que nadie ha llorado antes. Brad y yo habíamos decidido antes no saber el sexo de nuestro bebé hasta el parto, pero en estas circunstancias decidimos que debíamos saberlo. Dado que Brad ni yo podíamos expresar una frase completa, mi hermana llamó a la oficina del médico y se enteró que nuestro bebé era una niña.
Así que ahora volvamos a nuestras opciones. ¿Cómo podemos tomar esta decisión que cambia la vida? La mayoría de los hombres de nuestra familia se preguntaban cómo yo podía seguir criando una niña que nos dijeron que no sobreviviría. Nos dieron un folleto del médico sobre un programa de hospicio perinatal en nuestro hospital, por eso decidimos ponernos en contacto con la enfermera. Hablamos con ella sobre nuestro bebé y nuestras opciones, y su respuesta me puso furiosa. Nos dijeron que no podíamos tener el bebé en el Hospital de la Misericordia (un hospital católico) si optábamos por abortar el embarazo, debido a las creencias pro-vida del hospital. Eso parecía ser malo… y yo soy católica. Esa fue una de las muchas señales.
Comencé a desear ni siquiera haber hecho la ecografía, y así podríamos haber continuado pensando que todo estaba bien. ¿Cómo podíamos poner fin a una vida? ¿Qué pasa si los médicos estaban de alguna manera equivocados? ¿Cómo podíamos saberlo?
Llamamos al diácono que nos casó y le pedimos que viniera a nuestra casa. Poco después de llegar y oír lo que estaba pasando, empezamos a discutir lo que haríamos. Aunque nos referimos a la interrupción del embarazo como terminación, él lo llamó aborto. Yo estaba tan enojada. Yo nuncame efectuaría un aborto. Pero esto era diferente (¿o qué era?). Esa palabra, “aborto”, nos ofendió tanto a todos nosotros que mi papá le pidió que dejara de usarla cuando se hablaba de nuestra pequeña hija (ahora que Brad y yo estamos escribiendo esto, parece tan ridículo que ni siquiera lo sintiéramos de esa manera). Nos enojamos tanto con el diácono y la Iglesia por ni siquiera considerar nuestros sentimientos en esta situación inimaginable (¡ahora nos damos cuenta de lo egoísta que éramos!). Antes de irse él me preguntó si podía orar por los dos. Nos sorprendió, pues él nunca había hecho esto antes. No puedo recordar sus palabras exactas, pero sí recuerdo que tanto Brad y yo empezamos a temblar y a llorar aún más. Cuando la oración terminó casi inmediatamente, una sensación de paz se apoderó de los dos. Miré a Brad y él me miró y entonces supimos que cuál era la voluntad de Dios, no la nuestra. Sabíamos lo que íbamos a hacer. Nada. Que así sea. Daríamos a nuestra hija una vida, cualquiera fuera ella.
Algo cambió en nosotros durante la oración. Esto no significó de ninguna manera un camino llano por delante, sino todo lo contrario. Durante los siguientes cuatro meses tuvimos tanto altos y bajos (honestamente más bajos que altos), pero tratamos de mantener una actitud positiva, dando a nuestra niña una vida a través de experimentar todo lo que podíamos con ella. Comí todo lo que los niños pequeños aman, sobre todo dulces y postres – ¡y parecía que a ella le encantaba el pastel de queso y el Dairy Queen! Celebramos Acción de Gracias y Navidad y tratamos de concentrarnos en el hecho que ella estaba viva y saludable, mientras estaba protegida en mi vientre. Brad se unía a ella hablándole y sintiendo sus movimientos.
Cuando se acercaba la fecha del parto, nos volvimos más ansiosos. Era difícil mantener una actitud positiva cuando los extraños me preguntaban sobre mi embarazo. Yo libraba permanentemente una batalla respecto a lo que debía decirle a la gente: ¿debía fingir que todo estaba bien? ¿O simplemente decirle que nuestro bebé iba a morir? Nadie quiere oír eso, pero era la realidad. Una parte de mí esperaba que quizás, sólo quizás, los doctores estuvieran equivocados y que Dios tuviera un milagro en marcha. Tal vez nuestra hija iba a vivir.
Dimos a luz a las 37 semanas. Nuestra familia estaba allí para darle la bienvenida, junto con nuestro sacerdote y diácono. Gracias al hospital pudimos tener una habitación separada, y nuestra enfermera favorita del hospital estuvo con nosotros a lo largo de todo el trabajo de parto y el nacimiento. Era tan agridulce: por un lado, estábamos ansiosos por encontrarnos con nuestra niña, pero sabíamos que por ahora sería un rápido “hola”; por otro lado, yo quería tenerla con nosotros durante tanto tiempo como pudiera. Teníamos miedo de lo que iba a suceder.
El trabajo de parto fue largo y agotador. Fue un día pesado, pero el ambiente era tranquilo. Tratamos de bromear y nos reímos, ya que queríamos que su cumpleaños fuera un día de celebración. Queríamos tener recuerdos para mirar hacia atrás y sonreír.
Sophia Marie nació el 22 de marzo de 2006 a las 10:28 pm y efectuó su primera y única respiración en los amorosos brazos de su papá. Ella fue bautizado inmediatamente con nuestra familia presente y rezamos el Padre Nuestro. Recuerdo que pensé qué afortunados éramos de tener a nuestra familia allí con nosotros. Mi oración había sido contestada – Sofía no tenía ningún tipo de dolor, ella parecía estar en paz. Yo estaba tan cansada, pero quise mantenerla y sostenerla tanto tiempo como pudiera. Hemos querido recordar todo sobre ella: sus manos, sus pies poco gorditos, su cara. No quise olvidarla nunca. Le dimos un baño y le pusimos su vestido y le pusimos el moño para el cabello que le habíamos comprado. Tomamos fotos de la familia. Me quedé dormida con ella en mis brazos y a la mañana siguiente nos despedimos de ella por última vez.
Mirando hacia atrás, Brad y yo no podemos ni siquiera desentrañar lo que serían nuestras vidas si hubiéramos elegido abortar. Todavía celebramos la vida de Sofía y sabemos que ella sigue impactando a muchos. Ahora estamos bendecidos con dos niños maravillosos y estamos agradecidos por cada momento con ellos. Y doy gracias a Dios todos los días por darnos ese momento de claridad en nuestra etapa más oscura, el cual nos llevó a tomar la decisión correcta.
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Traducción por José Arturo Quarracino

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